Un nuevo deslizamiento bloqueó la Carretera Central el 15 de mayo, a la altura del km 46, en Chapopampa, Curicaca. Cientos de vehículos varados, personas atrapadas, productos sin llegar. Y otra vez, nadie da la cara.
Decenas de vehículos quedaron varados durante horas mientras maquinaria intentaba restablecer el tránsito. Este hecho, lejos de ser aislado, forma parte de una larga cadena de incidentes que revelan la falta de planificación territorial, inversión en infraestructura resiliente y mantenimiento preventivo por parte del Estado.
Las consecuencias son graves: alimentos se pierden, los precios suben, la gente enferma queda incomunicada. Y lo peor: crece la sensación de abandono. Como si el país solo existiera para los de la capital.
La solución no puede limitarse a acciones reactivas. Se requiere una política nacional de infraestructura que priorice la seguridad vial en zonas vulnerables, el monitoreo de riesgos geológicos, y la descentralización real de los recursos. También urge revisar los estándares de construcción y exigir responsabilidad a las empresas contratistas.
Es hora de pensar distinto. Exijamos cambios, sí. Pero sin destruir lo poco que funciona. Si seguimos atrapados entre huelgas políticas y gobiernos ausentes, Cusco se quedará sin pan, sin turistas y sin futuro.